El Asunto Bailey: La Psicología Pervertida

 

Por Joan Roughgarden

Facultad de Ciencias Biológicas

Universidad Stanford

11 de febrero de 2004

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Traducción por Sonia John

Redacción por Araneta y Sophia

 

“Me pregunto si muchos psicólogos son completamente conscientes de la imagen que proyectan algunos de sus colegas—

la de psicología como una ciencia sin normas establecidas, dentro de la cual se alimienta un corrillo de intolerantes groseramente insensibles. 

Estos psicólogos no intentan ayudar a la gente, sino intentan dominarla por controlar la acepción de la “normalidad.” 

Sus categorías falsificadas y enfermedades imaginarias tienen el objetivo de subordinar en vez de describir.” 

- Joan Roughgarden

 

 

 

Una disputa entre psicólogos y otros académicos que se ha enconado durante años ya ha saltado a la atención pública, y ha ganado reportajes en los medios de comunicación, como en el Chronicle of Higher Education, ScienceNOW, La Prensa Asociada, y en el Chicago Tribune, entre otros.  Un anuncio escrito en papel membretado de las Academias Nacionales para un libro declara, “Homosexual, Heterosexual, o Mentiroso?  La Ciencia Tiene La Solución,” y promete proponer conclusiones que “puede que no sean siempre políticamente correctas, pero...son la verdad científica, cuidadosamente investigadas y a veces asombrosas.”  Este libro, publicado por la editora de las Academias Nacionales, y escrito por J. Michael Bailey, catedrático y presidente1 de la facultad de psicología de la Universidad Northwestern, lleva un título que por sí mismo se considera provocativo--The Man Who Would Be Queen: The Science of Gender-Bending and Transsexualism (El Hombre Quien Aspiraría a Ser Una Reina:  La Ciencia de la Variación de Género y Transexualismo).  Gente transgénero, ultrajada por el libro, por las acciones de las Academias Nacionales y por la falta de crítica por parte de los psicólogos académicos, ya ha montado un contraataque sin precedentes.  Tanto la jefatura de las Academias Nacionales como el mismo autor pretenden decirse “sorprendidos” por la disputa continua.

No desaparece esta disputa. Este libro no es un ejemplo aislado de erudición pésima o prejuiciosa.  La indignación de los transgénero contra Bailey coincide con la de otros especialistas contra psicólogos que escriben sobre género mientras fingen ser científicos.  

La tesis de Bailey es que se puede dividir a todas las mujeres transexuales en dos categorías mutuamente exclusivas—hombres homosexuales extremamente femeninos, y hombres que se entregan al fetichismo de travestirse hasta el punto de modificar sus cuerpos.  No es nueva esta tesis.

En la sexología desde principios del siglo XX se han distinguido muchas variaciones de género y sexualidad.  Luego, hace 20 años, el psicólogo Ray Blanchard del Instituto Clarke de Toronto, Canadá, trató de proponer que todas las variaciones de género/sexualidad podían ser encuadradas dentro de estas dos categorías que Bailey quiere resucitar.  Los sexólogos ya no han puesto empeño en este proyecto.  Bailey, enfadado por ello, comenzó a desacreditar a sus colegas profesionales, escribiendo, “Las ideas de Blanchard no han recibido todavía la amplia atención que merecen, en gran parte porque los investigadores de sexo no son suficientemente eruditos.” (p. 176 de El Hombre Quien Aspiraría A Ser Una Reina).   

La crítica inicial al libro era de decepción puesto que Bailey no había introducido ningún concepto nuevo.  La explicación detallada de las dos categorías de Blanchard parece inherentemente dudosa.  Bailey perfila a la “transexual homosexual” como una mujer joven que asume su transexualismo temprano en la vida, es atractiva y tiene una orientación sexual hacia los hombres.  Para describir lo que piensa que es atractivo, Bailey escribe de una, “Ella era estupenda...mi ayudante de investigación, un hombre afirmadamente heterosexual, me dijo que le habría gustado mucho tener relaciones sexuales con ella, aunque sabía bien que ella todavía poseía un pene.” 
(p.182).  En contraste, Bailey escribe de la otra categoría, los que se transvisten (ellas que Blanchard llama “autoginéfilos”), “No hay modo de decirlo con la sensibilidad que perferiría, así que tengo que ser franco.  La mayoría de los transexuales homosexuales son bien más atractivas que los transexuales autoginéfilos.”  (p. 180).  Bailey perfila a los transexuales que se transvisten como mujeres que asumen el transexualismo relativamente tarde en la vida y que tienen una orientación sexual hacia otras mujeres.  

Desde un punto de vista transgénero, la pretensión de Bailey que todas las mujeres transexuales se encuadran en una de estas dos categorías es obviamente contraria a la verdad.  Muchas mujeres transgénero, a pesar de que salgan del armario tarde en la vida, se orientan sexualmente hacia los hombres; muchas que salen del armario temprano en la vida se orientan hacia otras mujeres; muchas cambian de orientación sexual después de transicionar de género; muchas son bisexuales; y otras muchas son sexualmente inactivas.  Mujeres transgénero también muestran grandes variaciones en cuanto a profesión, además de representación, de temperamento sensible, de historia sexual y de orígenes étnicos.  Además, las mujeres transgénero no se obsesionan tanto por el sexo como aparentemente hace el Sr. Bailey.  La necesidad de arreglar la vida social y profesional conforme a la identidad de género de uno y vivir así como una mujer es un motivo más fuerte para muchas mujeres transgénero que el objetivo de disfrutarse sexualmente.  Por lo tanto, el problema inicial de las mujeres transgénero era percibir cómo Bailey se equivocó tanto, cómo perdió la pista, y cómo ellas podrían traer un poco más de la verdad a las observaciones de él.      

El complot se hace más misterioso.  Como sugieren las dos citas arriba, Bailey emplea un lenguaje sensacionalista y peyorativo.  Escribe, por ejemplo: “La prostitución es la profesión más común que admitieron las transexuales homosexuales de nuestra muestra...Juanita es una transexual posoperada muy bonita que ha trabajado como prostituta tanto antes como después de su cirugía...no siente degradación ni culpa por la profesión que ejerce.  Supongo que esto refleja un aspecto de su Psique que ha permanecido masculino...su habilidad de disfrutar de sexo emocionalmente vacío parece típica de un hombre.  Así es que las transexuales homosexuales puedan ser especialmente bien adaptadas a la prostitución...las transexuales homosexuales desean con lujuria a los hombres.”  (p. 184-185, 191). 

Bailey añade leña al fuego al describir al otro tipo de transexual, ellas con una condición que intitula “autoginefilia,”2 (p. 164) “un tipo de parafilia, es decir una de varias preferencias sexuales insólitas que incluyen sadismo y masoquismo, froteurismo, necrofilia, zoofilia y pedofilia...las parafilias tienden a ocurrir simultáneamente en las personas...la conexión mejor establecida es entre autoginefilia y masoquismo.  Hay un comportamiento peligroso de masoquistas llamado “asfixia autoerótica” en la que un hombre se estrangula, generalmente ahorcándose, por gratificación sexual...alrededor de cien hombres norteamericanos mueren cada año de este modo.  Un cuarto de las veces, se descubre que estos hombres se habían vestido de algún artículo de ropa femenina, tal como ropa interior (pantaletas o bragas)...Aunque la mayoría de los autoginéfilos no son sadistas sexuales, es más probable que lo sean comparado con hombres que no son autoginéfilos.” (p. 171-172).  Según Bailey, entonces, se puede calificar a todas las mujeres transexuales en una de dos categorías, una dispuesta a la prostitución y la otra dispuesta al sadismo sexual.  Ninguna mujer transgénero puede entender este material de otra manera más que como una negación total de su dignidad personal.      

Las ideas de Bailey son racistas.  Escribe, “aproximadamente 60 por ciento de las transexuales homosexuales y reinas drag que estudiamos eran latinas o negras.”  (p. 183, sin mencionar el tamaño de la muestra).  Bailey se fijó en “el gran número de transexuales latinas” (p. 183) y ofrece la conjetura, “la gente hispana tal vez tenga más genes transexuales que otros grupos étnicos.” (p. 183-184).

Desde una perspectiva transgénero, una reconciliación parece inverosímil.  Nos rascamos la cabeza y nos preguntamos, “¿de dónde provinieron estas descripciones estrafalarias?”  El hecho de que unos 25 hombres vestidos con ropa interior femenina (pantaletas o bragas) se ahorquen cada año tiene poco que ver con la maneira que docenas de millares de personas transgénero conducen sus vidas.  ¿Cómo es que Bailey caracterizó tan erróneamente a un segmento entero de la población?  Su escrito irradia odio, separado de la realidad, a pesar de ser promovido como “ciencia” y publicado por las Academias Nacionales.


Bailey también ataca a los homosexuales y a las mujeres.  Acerca de los hombres homosexuales, escribe, “los cerebros de las personas homosexuales puede que sean un mosaico de partes masculinas y femeninas...esta mezcla explica muchas de las características únicas de las vidas y de la cultura de los hombres homosexuales.” (p. 60).  Bailey continúa al afirmar que “los hombres homosexuales generalmente tienden a sufrir más de unos problemas psicológicos específicos que los hombres heterosexuales.” (p. 81).  La enfermedad de ser homosexual es la enfermedad de ser mujer.  “La tendencia de los hombres homosexuales en cuanto a...problemas mentales refeja su femininidad.  Los problemas que hombres homosexuales más sufren—la depresión, trastornos de la comida, y trastornos de ansiedad—son los mismos que sufren excesivamente las mujeres.” (p. 82).  Y adiciona, “Al entender por que los hombres homosexuales están más dispuestos a la depresión que los heterosexuales, tal vez aprendamos por que las mujeres también están así dispuestas.”  (p. 83).  Entonces, declara piadosamente, “nada de lo que he escrito quiere decir que debemos...considerarlo de nuevo una enfermedad mental...los problemas son...la depresión...[mientras que] el homosexualismo por sí mismo no es un problema.” 
(p. 193).  Además, “Los hombres homosexuales siempre tendrán más parejas sexuales que los heterosexuales.  Los que forman una pareja serán menos monógamos sexualmente.” (p. 100).  Luego, adiciona otra disculpa piadosa, “Personas socialmente conservadoras creerán que esta previsión iguala a una admisión de la inferioridad de la vida homosexual, pero no lo es.”  (p. 101).  Y termina por mencionar la amenaza eugenésica, al escribir, “Es cierto que no tengo ningún motivo de cambiar a la gente homosexual ni de prevenir que nazcan.”  (p. 113).     

Estas disculpas son insinceras.  Bailey prepara la escena para que otros, basándose en una perspectiva científica, aboguen por la persecución de los homosexuales.  Esta estrategia fue utilizada para proponer el raciocinio biológico para justificar la eliminación de los judíos de entre la raza aria en la Alemania nazista.  Grupos homofóbicos como NARTH (Asociación Nacional Para Investigación y Terapia del Homosexualismo), que se dedican a “curar” el homosexualismo por medio de los así-llamados tratamientos reparativos, citan las obras de Bailey.  Una de las pocas reseñas favorables de su libro era un ensayo homofóbico en el National Review por John Derbyshire, cuyo trabajo también fue publicado por la editora de las Academias Nacionales.  Según Derbyshire, “Los conservadores recuerdan...la plaga de SIDA propagada principalmente por el comportamiento promiscuo homosexual,” y, “los textos sagrados de las tres mayores religiones occidentales monoteístas prohiben sin ambigüedad el homosexualismo,” lo que es, a propósito, una aserción equivocada.  Bailey escribe para reforzar las metas políticas de los derechistas.  

Tal vez sean verdaderas todas estas afirmaciones odiosas y políticamente cargadas sobre las mujeres transgénero, otras mujeres, latinas y negras.  Tal vez debamos celebrar la honestidad de Bailey por exponer estas “verdades” dolorosas.  Sin embargo, como ya mencioné, son equivocadas las afirmaciones de Bailey, así que el problema existente tiene que provenir de sus datos.  Entonces, además de su retórica peyorativa, ¿qué ciencia puede ofrecernos?

Bailey no tiene datos, en absoluto; no ofrece investigaciones, ni tablas de datos, ningunas estadísticas, nada.  No expone el tamaño de la muestra a que a veces se refiere.  Tampoco proporciona referencias de los textos primarios.  Identifica a seis personas transgénero por el uso de seudónimos.  Bailey no hizo anotaciones detalladas ni rigorosas cuando entrevistó a estos sujetos, y depende sólo de sus recuerdos de las entrevistas.  Esta muestra no es de ningún modo representativa, porque conoció a todas las mujeres que entrevistó como resultado de “pescar” en “el Baton, el mejor club de reinas drag (transformistas) de Chicago,” (p. 186) lo que conduce a un prejuicio socio-económico y ocupacional.     

Sin embargo, se podría sugerir que Bailey por lo menos encontró una muestra pequeñita aunque no representativa, y nos ofrece un relato fiel de las historias de las vidas de este grupo selecto.  Pero no, Bailey ha deformado las pocas historias que tiene.  Bailey admite una “disputa continua” (p. 161) con uno de sus sujetos que no cede a decir lo que él quiere.  Cuando sus sujetos no están de acuerdo con él, los llama mentirosos—“la mayoría de las pacientes con disforia de género mienten.”
(p. 172).  Además, dice que los hombres homosexuales que no relatan una niñez femenina también mienten, (p. 58) porque sufren una “femifobia interna” (p. 80).  Bailey, por lo tanto, compromete sus propios datos por hablar por parte de sus entrevistados.   

Asombrosamente, cuatro de los seis sujetos de Bailey presentaron quejas formales con la administración de la Universidad Northwestern, alegando que Bailey no les informó que iba a publicar sus historias como “material de investigación” en su libro.3  Después de leer los relatos que eran supuestamente acerca de ellas, las mujeres afirmaron que fueron erróneamente citadas.  Además, Bailey no divulgó que les proporcionaba a estas mujeres cartas de autorización para sus cirugías de reasignación sexual a cambio de sus entrevistas, lo que causó una incompatibilidad de intereses entre Bailey y las mujeres.  Hasta diciembre de 2003 todas las seis mujeres han presentado quejas formales de que Bailey no obtuvo su consentimiento informado para poder publicar sus entrevistas.  Aún más asombroso, el Chronicle of Higher Education relata que una de las mujeres ha alegado formalmente que Bailey vino a su apartamento en donde tuvo relaciones sexuales con ella.  Bailey rehusó comentar sobre esta alegato, y la universidad ha elegido no procesarlo, pero sí está procesando los alegatos en cuanta a la falla de no haber obtenido el consentimiento informado de los sujetos de investigación.4  Ahora mismo, toda la información narrativa de Bailey está totalmente comprometida, y la manera por la cual la adquirió parece escandalosa.  Y finalmente, se dio a conocer que la narrativa que apuntala la discusión sobre mujeres transgénero—la narrativa de Danny—es pura ficción.   

Así, Bailey no nos dice el tamaño de su muestra, la muestra resulta pequeña y no representativa, todas las narrativas están comprometidas, se ha alegado abuso ético de los protocolos vigentes respecto a sujetos humanos, no confiesa su conflicto de intereses, niega cualquier evidencia contraria a sus prejuicios, y por lo menos una de sus narrativas fue fabricada.  Esta obra de Bailey de ningún modo se puede considerar ciencia legítima, a pesar de salir de la editora de las Academias Nacionales y de haber sido validado por ella como “científicamente exacta” y “cuidadosamente investigada.”    
 

Por otro lado, ¿son adequadas para sostener las conclusions de Bailey las investigaciónes de hace veinte años de Blanchard, aun cuando son inadequados los datos de Bailey?  Blanchard resumió sus tres estudios originales durante un congreso de la Academia Internacional de Investigación de Sexo en Paris, Francis, organizado por Bailey.  Blanchard clasificó a sus “pacientes”5 dentro de cuatro categorías de orientación sexual:  heterosexual (He), asexual (A), bisexual (B) o homosexual (HO).  (Conforme a la retórica de Blanchard, las mujeres transgénero orientadas sexualmente hacia los hombres se consideran “transexuales homosexuales”).  Investigación No. 1:  Aproximadamente 75% de 63 personas heterosexuales, asexuales o bisexuales (HeAB) experimentó excitación sexual al vestirse de ropa femenina, mientras 15% de 100 personas homosexuales (HO) la experimentó también.  Investigación No. 2:  Cuando tenían entre 6 y 12 años, 48 personas HeAB mostraron un cociente femienino de 16, comparado con un cociente femenino de 21 mostrado por 16 personas HO.  Las personas del grupo HeAB se presentaron para ser “evaluadas” cuando tenían a eso de 35 años, y las del grupo HO cuando tenían a eso de 24 años.  Investigación No. 3:  En una muestra de 212 personas, fue curioso que los deseos eróticos no se agruparon entre las categorías HeAB contra HO.  Los bisexuales mostraron un cociente más alto que las otras tres categorías respecto a experimentar excitación erótica cuando se encontraban vestidos de ropa femenina y eran admirados por otros.  Las personas He, B, and HO mostraron un interés erótico igual por otras personas, en contraste con las del grupo A que mostraron poco interés.  Por lo general, los resultados no son concluyentes y no señalan que se puede colocar a las personas transgénero dentro de dos categorías mutuamente exclusivas.  De todas formas, Blanchard usa repetidamente palabras impactantes, como “significativamente diferente,” al comparar los grupos HeAB y HO, aunque no proporciona pruebas de significación, y la variación de valores de los datos sugiere poca o ninguna significación.  A pesar de eso, Blanchard declara, “las investigaciones citadas demuestran que sólo existen dos tipos básicamente diferentes de transexualismo masculino.”  No se puede sostener esta afirmación por los datos de Blanchard ni por los de cualquier investigador.6

Las investigaciones de Bailey sufren de un diseño defectuoso porque imponen a sus sujetos su propia pretensión de que la expresión de género cruzado tiene que ver con sexo y nada más.  Blanchard sólo se interesa por aprender lo que excita eróticamente a la gente.  Las investigaciones de Blanchard, al igual que las de Bailey y muchas otras patrocinadas por el Instituto Clarke, están comprometidas por el error de no revelar los conflictos de intereses entre el personal del Instituto y sus clientes que dependen de ellos en cuanto a la autorización para la cirugía, y hasta en algunos casos para ayuda financiera.

En resumen, el libro de Bailey, tanto como la investigación temprana de Blanchard, no sólo es incorrecto políticamente sino es incorrecto en absoluto.  Este trabajo no tiene ningún valor para investigadores en el futuro porque comete el error de no distinguir entre el concepto de identidad de género y el placer sexual. 

El mayo pasado, escribí al Presidente de la Academia Nacional de Ciencias, Bruce Alberts, y al Presidente del Instituto de Medicina, Harvey V. Fineberg, para detallar los errores del libro de Bailey, y les insté que retiraran el libro y lo dejaran a otra editora que pudiera aprovechar de su notoriedad.  No me respondió ninguno de los dos.  Y a las cartas que les escribieron muchos otros académicos transgénero, tanto como los representantes de organizaciones aliadas, o no respondieron o enviaron respuestas descorteses y petulantes.  Además, ahora se citan a las Academias Nacionales en ScienceNOW afirmando que el libro de Bailey es “una obra responsable y bien formulada sobre una tema difícil” mientras admiten que la controversia les sorprendió.7  Me impresiona que estén sorprendidos.  Incluso una lectura superficial del libro evidencia tantas señales de errores a cualquier científico experimentado que dudo que el libro recibiera alguna crítica favorable aparte de las de sus amigos psicólogos.        
 

La editora de las Academias Nacionales se ha vuelto engañosa en su búsqueda de una reseña favorable del libro de Bailey.  James Cantor, un colega de Blanchard y jefe de “servicios clínicos de sexología” del Instituto Clarke, escribió una reseña favorable para una publicación poco conocida—la circular de un grupo de psicólogos que se especializan en terapia para gays y lesbianas.  Según el sitio web de las Academias Nacionales, un comité de la Asociación Americana de Psicología (APA, División 44) ha descrito el libro de Bailey como “...el primer libro científicamente fundado sobre femininidades masculinas escrito para el público general...Bailey describe con simpatía las experiencias de esta gente y examina los raíces de su desarollo...el respeto que Bailey muestra por sus sujetos sirve como un modelo para otros que todavía luchan para aceptar y apreciar el homosexualismo y el transexualismo en la sociedad.”8  Uno tiene que preguntarse, “¿En qué planeta vive Cantor?”  Las Academias Nacionales presentan esta cita como si fuera el consenso de psicólogos, y no identifica a Cantor como el autor.  Después que se enteró la APA, la División 44 el 11 de agosto de 2003 consiguió una modificación del sitio web de las Academias Nacionales y ahora dice “las opiniones publicadas en los artículos de nuestra circular son solamente las de los autores y no son las de la División 44 ni de la APA.”9  El uso de esta cita por la editora de las Academias Nacionales fue una tentaiva engañosa para disfrazar un proceso incompetente de reseña. 

 

Vamos a hablar claro.  Esta protesta no desaparecerá.  Está en juego la posibilidad de que las mujeres transgénero tengan vidas dignas, productivas y amorosas en la sociedad occidental contemporánea.  Pocos abogarían por la igualdad de oportunidad para personas de expresión variada de género si la ciencia hubiera concluído que la gente transgénero no fuera nada más que prostitutas y fetichistas.
 

Hemos llegado a una bifurcación en el camino.  Con una via, las Academias Nacionales admiten que cometieron un error y retiren su apoyo al libro, con lo que a mi parecer esto cerraría el asunto.
 

Por la otra via, las Academias Nacionales continúen obstruyendo, al mantener que el libro de Bailey es “científicamente exacta, investigado a fondo” y aprovado por un proceso legítimo de crítica.  El libro obviamente no es científicamente defendible—saldría mal como un relato de laboratorio de un biólogo novato universitario.  Por esta via, el conflicto continuará empeorándose y los daños aumentarán.  La reputación de las Academias Nacionales sufrirá porque se comprometerá su función de crítica competente de pares.  Creo que la postura de las Academias Nacionales es indefendible.  Si los Presidentes de la Academia Nacional de Ciencia y del Instituto Nacional de Medecina, Bruce Alberts and Harvey V. Fineberg, persisten en su postura actual, no sólo difaman a las organizaciones que dirigen, sino también dañan la reputación de la ciencia en los Estados Unidos.  Si no cambian de curso, exhorto que dimitan.

 

El libro de Bailey se cruzó através del arco iris de género como un relámpago aparecido de la nada.  A nosotros Bailey era un desconocido, ya que no había escrito antes sobre la gente transgénero.  Así pues, ¿de dónde vino Bailey?

Bailey no es ningún excéntrico marginal, sino el presidente de una facultad de psicología de una gran universidad.  Sus investigaciones fraudulentas tienen precedencia.  Recientemente se reveló que el psicólogo eminente de género de la Universidad Johns Hopkins, John Money, falsificó la historia de la reasignación de género de un muchacho que sufrió la pérdida accidental del pene durante una cirugía fracasada de circuncisión.  Money mantuvo que el muchacho había sido criado con éxito como una muchacha llamada “Brenda.”  En realidad, “Brenda” nunca aceptó la identidad que le impusieron, y cambió su nombre a David cuando tenía 14 años y transicionó para vivir como un muchacho adolescente.  El relato médico de Money acerca del desarrollo supuestamente exitoso de David como una mujer fue falsificado.10        

La historia de psicólogos que han explotado a la gente transgénero se extiende sin cambio a través de cincuenta años.  En 1955, por ejemplo, los psicólogos Frederick Worden y James March publicaron en el Journal of the American Medical Association un estudio que se basó en cinco sujetos.  Estos sujetos más tarde objetaron a los psicólogos que “extrajeron información científica de ellos de una manera similar a como se usan a los animales de laboratorio,” y se quejaron de “las burlas sutiles con las que los autores trataron sus sujetos.”11    
 

Bailey ejemplifica una cultura corporativa académica que protege y aplaude el abuso de sujetos humanos variantes de género y sexualidad.  Daniel I. H. Linzer, decano de la facultad de artes y ciencias de la Universidad Northwestern, considera las protestas contra Bailey “un reconocimiento maravilloso del impacto actual que está teniendo Mike.”11  Mike es “uno de los muchachos,” así que los psicólogos guarnecen las murallas para protegerlo.  Joan C. Sieber, una profesora de psicología de la Universidad Estatal de California en Hayward, dice que a su parecer, los críticos de Bailey se están aprovechando injustamente de los reglamentos de las comisiones institucionales de supervisión como una “herramienta” para atacarlo por sus opiniones impopulares.12 

Yo misma presencié y relaté un ejemplo del silencio de psicólogos ante la conducta académica improfesional de Bailey.  En el 23 de abril de 2003, Bailey dio una conferencia intitulada “Inconformidad de Género y Orientación Sexual” a la facultad de psicología de la Universidad Stanford como parte del programa de conferencias académicas que se da regularmente.  El auditorio consistía de aproximadamente 10 profesores y 100 estudiantes.  Se presentó a Bailey como un profesor exitoso cuyas clases destacan “transexuales que se desnudan después del discurso.”  Comenzó por evocar risas del auditorio por mostrarle fotos de niños transgénero.  Después, para instruir al auditorio sobre “gaydar”13 (palabra que usó en una diapositiva proyectada), mostró unos dibujos animados en blanco y negro de ademanes afeminados de un hombre homosexual, y otros de ademanes machos de un hombre heterosexual.  Luego, tocó grabaciones de las voces de dos hombres homosexuales y de dos heterosexuales, y pidió que el auditorio adivinara cuales eran gay y cuales no.  Aquellos que adivinaron correctamente sonrieron con regocijo y recibieron palmadas de sus vecinos.  Después de unas preguntas insípidas sobre aspectos técnicos del desarrollo lingüístico durante la niñez, se acabó la conferencia con grandes aplausos sin ningún sintoma de consternación acerca del espectáculo vergonzoso que acababa de ocurrir. 

Después de esta conferencia, escribí una columna de opinion para el periódico estudantil de la universidad, en la que critiqué la conducta de la facultad de psicología.  Unos días más tarde, algunos estudiantes posgraduados de la facultad de psicología respondieron en el periódico que estaban de acuerdo con que “los datos de Bailey eran insuficientes y que les faltaban seriamente mérito y validez a las conclusiones basadas en estos datos.  Nadie con quien hablamos después de la charla no dijo que las conclusiones le parecieran convincentes o científicamente válidas.”  Tocante a la respuesta del auditorio, los estudiantes escribieron, “Roughgarden asumió equivocadamente que el auditorio reía porque disfrutaba de alguna expresión de homofobia comunal.  En realidad las risas del auditorio eran en parte una respuesta a lo absurdo de unas de las afirmaciones de Bailey, un reflejo de desconcierto vergonzoso con sus comentarios sueltos, y de malester por ser forzado a participar en sus juegos de ‘vamos a adivinar quien es gay.’”  Desde mi punto de vista, “una expresión de homofobia comunal” es exactamente lo que ocurrió.  La facultad de psicología se convirtió por una hora en un vestuario de machos.  Hasta ahora, ningún profesor de la facultad se ha alejado, pública o privadamente, de las opiniones que expresó Bailey durante la conferencia, ni ha expresado ningún remordimiento por haber permitido este insulto a la gente gay, lesbiana y transgénero del auditorio.    

 

¿Existen por allí otros Baileys?  Sí, la psicología evolucionista está repleta de ellos.  Considere, por ejemplo, el libro reciente, Una Historia Natural del Estupro: Las Bases Biológicas de Coacción Sexual (La Prensa MIT, 2000) por R. Thornhill y C. Palmer, en que se afirma que el estupro es una adaptación evolucionista y así una característica inherente de la Psique masculina.  Junto con la publicación de este libro, vimos las usuales conferencias de prensa y entrevistas de científicos que desean hacerse celebridades en programas de charlas.  El libro y su onda de publicidad ha provocado un ultraje académico y una refutación en 2003: Evolución, Género y Estupro (La Prensa MIT), redactado por Cheryl Travis.  Veintitrés contribuyentes de campos académicos que incluyen antropología, biología, psicología, sociología y zoología expresan un desdén que amenaza romper con las normas de cortesía professional.  Abajo están algunos ejemplos:   
 

“La precaución de resistirse a generalizar demasiado no se encuentra en ninguna parte” (p. 96), “¿Hay algo inherente de...la psicología evolucionista que atrae a racistas?” (p.105), “no sería considerado seriamente en otros ramos de estudios evolucionistas” (p. 163), “ellos [sugieren que] son los más recientes de un linaje de sabios que va atrás a Galileo, una clase de revolucionarios intrépidos dedicados a la ciencia y a la verdad.  A nostoros nos parece lo contrario.  Pretenden tener rigor científico cuando no poseen ninguno; entienden mal las ideas de los que desacreditan; tropiezan sin querer con asuntos sensibles...y usan lenguaje y metáforas que...les producen dolor y humillación a las mujeres” (p. 165-166), “absolutamente sin bases científicamente válidas” (p. 173), “torciendo los datos” (p. 183), “descuido a los patrones científicos.  Combinan afirmaciones fuertes con raciocinios débiles, datos insuficientes y estadísticas manipuladas” (p. 185), “disfrazan sus objetivos ideológicos implícitos, desvían la atención de obvios errores lógicos...y exageran la importancia de su propio trabajo.  Sólo logran desvalorar la ciencia” (p. 192), “ofensivo, científicamente equivocado, descarriado (y) temerario” (p. 202), “mala ciencia, mal escrito, y mala política...uno tiene que preguntar...cómo fue publicado por una editora universitaria de buena reputación” (p. 222), “uso de evidencia es tan limitado que puede que sea un fraude académico” (p. 225).    
 

Nada de lo que he escrito acerca de Bailey es distinto de lo que ya ha sido dicho acerca de Thornhill y Palmer.  De hecho, las descripciones de todos ellos pueden ser intercambiadas.  Ha habido mucha crítica hacia los psicólogos evolucionistas a lo largo de los años, pero a ellos simplemente no les importa.  Ellos notan a los críticos sólo para despedirlos por medio de ataques personales.  Están vinculados los psicólogos evolucionistas y Bailey.  La mayoría de las citas favorables de la cubierta del libro del Bailey son de psicólogos evolucionistas.  En su opinión, Bailey no ha hecho nada tan preocupante, sólo un poco de diversión académica.  Lo veo de otro modo.  Estos psicólogos subvierten las instituciones que los sustentan y protegen. 

Me pregunto si muchos psicólogos son completamente conscientes de la imagen que proyectan algunos de sus colegas—la de psicología como una ciencia sin normas establecidas, dentro de la cual se alimienta un corrillo de intolerantes groseramente insensibles.  Estos psicólogos no intentan ayudar a la gente, sino intentan dominarla por controlar la acepción de la “normalidad.”  Sus categorías falsificadas y enfermedades imaginarias tienen el objetivo de subordinar en vez de describir.
 

Sueño con el día cuando se presenten nuevos líderes de la psicología académica, líderes que condenarán las teorías homofóbicas, transfóbicas, racistas y sexistas, líderes que defenderán nuestra inapreciable libertad de palabra contra la perversión y prejuicio de sus colegas. 

 

- Joan Roughgarden

 

 


Notas:

 

1 [De la traductora]: J. Michael Bailey dimitió la presidencia de la facultad de psicología de la Universidad Northwestern durante el otoño de 2004.
2 [De la traductora]: Una palabra derivada de raíces griegos que significa, “el amor de sí mismo como una mujer.”

3 Jennifer Leopoldt, el Daily Northwestern, 2 de agosto de 2003, “Transexuales presentan dos quejas más contra Bailey”

4 Robin Wilson, el Daily Northwestern, 12 de diciembre de 2003, “Se alega que psicólogo de la Universidad Northwestern tuvo relaciones sexuales con sujeto de investigación.”

5 [De la traductora]: Blanchard (tanto como Bailey) estudió sólo las transexuales hombre a mujer y nunca hizo caso de otras personas variantes de género, más notablemente los transexuales mujer a hombre.

6 Vea: Blanchard, R. (1985), “Tipología de Transexualismo Hombre a Mujer,” Archives of Sexual Behavior, 14, 247-261;  Blanchard, R. (1988), “Disforia de Género No Homosexual,” Journal of Sex Research, 24, 188-193;  Blanchard, R. (1989), “El Concepto de Autoginefilia y la Tipología de Disforia de Género Masculina,” Journal of Nervous and Mental Disease, 177, 616-623.

7 Constance Holden, “Tratado Sobre Transexualismo Provoca Furor,” ScienceNOW, 18 de julio de 2003.

8 Circular de noticias de la Sociedad Para El Estudio Psicológico de Temas Gay, Lesbianas y Bisexuales, Asociación Americana de Psicología, verano de 2003.

9 Email de la Dra. Judith Glassgold, PsyD., Presidente, División 44, APA, 12 de agosto de 2003.

10 Colapinto, J., 2000, Tal Como La Naturaleza Lo Hizo: El Chico Que Fue Criado Como Una Chica, Harper Perennial Library, libro en rústica, 2001.

11 Joanne Meyerowitz, 2002, Cómo El Sexo Cambió: Una Historia dle Transexualismo en los Estados Unidos, p. 157.

12 Robin Wilson, “El Regreso del Dr. Sexo,” Chronicle of Higher Education, 25 de Julio de 2003.

13 [De la traductora]: Jerigonza derivada de la palabra “radar,” y que quiere decir la capacidad de percibir cuales personas sean homosexuales (gay).

  

Vea También:

 

 “La Psicología Pervertida—Una Respuesta,” por Peter Hegarty, Penny Lenihan, Meg Barker y Lyndsey Moon, Noticias UKPFC, 19 de marzo de 2004. (sólo en inglés)

 

“Una Victoria Silenciosa Comienza a Emerger:  J. Michael Bailey Dimite Como Presidente de Facultad de Psicología de la Universidad Northwestern; 19 de diciembre de 2004. (sólo en inglés)

 

"A Defining Moment in Our History", by Andrea James, TS Roadmap.com, September, 2004. 

 

 


 

Esta página es una parte del

“Relato investigativo sobre la publicación

del libro de J. Michael Bailey sobre el transexualismo

por las Academias Nacionales”

(sólo en inglés)