El Asunto Bailey: La Psicología Pervertida
Por Joan Roughgarden
Facultad de Ciencias Biológicas
Universidad Stanford
11 de febrero de 2004
en inglés, em português, Deutsch, Русский (Russian)
Traducción por Sonia John
Redacción por Araneta y Sophia
“Me pregunto si muchos psicólogos son completamente conscientes de la imagen que proyectan algunos de sus colegas—
la de psicología como una ciencia sin normas establecidas, dentro de la cual se alimienta un corrillo de intolerantes groseramente insensibles.
Estos psicólogos no intentan ayudar a la gente, sino intentan dominarla por controlar la acepción de la “normalidad.”
Sus categorías falsificadas y enfermedades imaginarias tienen el objetivo de subordinar en vez de describir.”
- Joan Roughgarden
Una disputa entre psicólogos y otros académicos que se ha
enconado durante años ya ha saltado a la atención pública, y ha ganado
reportajes en los medios de comunicación, como en el Chronicle of Higher
Education, ScienceNOW, La Prensa Asociada, y en el Chicago Tribune,
entre otros. Un anuncio escrito en papel membretado de las Academias Nacionales
para un libro declara, “Homosexual, Heterosexual, o Mentiroso? La Ciencia Tiene
La Solución,” y promete proponer conclusiones que “puede que no sean siempre
políticamente correctas, pero...son la verdad científica, cuidadosamente
investigadas y a veces asombrosas.” Este libro, publicado por la editora de las
Academias Nacionales, y escrito por J. Michael Bailey, catedrático y presidente1
de la facultad de psicología de la Universidad Northwestern, lleva un título que
por sí mismo se considera provocativo--The Man Who Would Be Queen: The
Science of Gender-Bending and Transsexualism (El Hombre Quien Aspiraría a Ser
Una Reina: La Ciencia de la Variación de Género y Transexualismo). Gente
transgénero, ultrajada por el libro, por las acciones de las Academias
Nacionales y por la falta de crítica por parte de los psicólogos académicos, ya
ha montado un contraataque sin precedentes. Tanto la jefatura de las
Academias Nacionales como el mismo autor pretenden decirse “sorprendidos” por la
disputa continua.
No desaparece esta disputa. Este libro no es un ejemplo
aislado de erudición pésima o prejuiciosa. La indignación de los transgénero
contra Bailey coincide con la de otros especialistas contra psicólogos que
escriben sobre género mientras fingen ser científicos.
La tesis de Bailey es que se puede dividir a todas las mujeres transexuales en
dos categorías mutuamente exclusivas—hombres homosexuales extremamente
femeninos, y hombres que se entregan al fetichismo de travestirse hasta el punto
de modificar sus cuerpos. No es nueva esta tesis.
En la sexología desde principios del siglo XX se han distinguido muchas
variaciones de género y sexualidad. Luego, hace 20 años, el psicólogo Ray
Blanchard del Instituto Clarke de Toronto, Canadá, trató de proponer que todas
las variaciones de género/sexualidad podían ser encuadradas dentro de estas dos
categorías que Bailey quiere resucitar. Los sexólogos ya no han puesto empeño
en este proyecto. Bailey, enfadado por ello, comenzó a desacreditar a sus
colegas profesionales, escribiendo, “Las ideas de Blanchard no han recibido
todavía la amplia atención que merecen, en gran parte porque los investigadores
de sexo no son suficientemente eruditos.” (p. 176 de El Hombre Quien
Aspiraría A Ser Una Reina).
La crítica inicial al libro era de decepción puesto que Bailey no había
introducido ningún concepto nuevo. La explicación detallada de las dos
categorías de Blanchard parece inherentemente dudosa. Bailey perfila a la
“transexual homosexual” como una mujer joven que asume su transexualismo
temprano en la vida, es atractiva y tiene una orientación sexual hacia los
hombres. Para describir lo que piensa que es atractivo, Bailey escribe de una,
“Ella era estupenda...mi ayudante de investigación, un hombre afirmadamente
heterosexual, me dijo que le habría gustado mucho tener relaciones sexuales con
ella, aunque sabía bien que ella todavía poseía un pene.” (p.182).
En contraste, Bailey escribe de la otra categoría, los que se
transvisten (ellas que Blanchard llama “autoginéfilos”), “No hay modo de decirlo
con la sensibilidad que perferiría, así que tengo que ser franco. La mayoría de
los transexuales homosexuales son bien más atractivas que los transexuales
autoginéfilos.” (p. 180). Bailey perfila a los transexuales que se transvisten
como mujeres que asumen el transexualismo relativamente tarde en la vida y que
tienen una orientación sexual hacia otras mujeres.
Desde un punto de vista transgénero, la pretensión de Bailey que todas las
mujeres transexuales se encuadran en una de estas dos categorías es obviamente
contraria a la verdad. Muchas mujeres transgénero, a pesar de que salgan del
armario tarde en la vida, se orientan sexualmente hacia los hombres; muchas que
salen del armario temprano en la vida se orientan hacia otras mujeres; muchas
cambian de orientación sexual después de transicionar de género; muchas son
bisexuales; y otras muchas son sexualmente inactivas. Mujeres transgénero
también muestran grandes variaciones en cuanto a profesión, además de
representación, de temperamento sensible, de historia sexual y de orígenes
étnicos. Además, las mujeres transgénero no se obsesionan tanto por el sexo
como aparentemente hace el Sr. Bailey. La necesidad de arreglar la vida social
y profesional conforme a la identidad de género de uno y vivir así como una
mujer es un motivo más fuerte para muchas mujeres transgénero que el objetivo de
disfrutarse sexualmente. Por lo tanto, el problema inicial de las mujeres
transgénero era percibir cómo Bailey se equivocó tanto, cómo perdió la pista, y
cómo ellas podrían traer un poco más de la verdad a las observaciones de
él.
El complot se hace más misterioso. Como sugieren las dos citas arriba, Bailey
emplea un lenguaje sensacionalista y peyorativo. Escribe, por ejemplo: “La
prostitución es la profesión más común que admitieron las transexuales
homosexuales de nuestra muestra...Juanita es una transexual posoperada muy
bonita que ha trabajado como prostituta tanto antes como después de su
cirugía...no siente degradación ni culpa por la profesión que ejerce. Supongo
que esto refleja un aspecto de su Psique que ha permanecido masculino...su
habilidad de disfrutar de sexo emocionalmente vacío parece típica de un hombre.
Así es que las transexuales homosexuales puedan ser especialmente bien adaptadas
a la prostitución...las transexuales homosexuales desean con lujuria a los
hombres.” (p. 184-185, 191).
Bailey añade leña al fuego al describir al otro tipo de transexual, ellas con
una condición que intitula “autoginefilia,”2 (p. 164) “un tipo de
parafilia, es decir una de varias preferencias sexuales insólitas que incluyen
sadismo y masoquismo, froteurismo, necrofilia, zoofilia y pedofilia...las
parafilias tienden a ocurrir simultáneamente en las personas...la conexión mejor
establecida es entre autoginefilia y masoquismo. Hay un comportamiento
peligroso de masoquistas llamado “asfixia autoerótica” en la que un hombre se
estrangula, generalmente ahorcándose, por gratificación sexual...alrededor de
cien hombres norteamericanos mueren cada año de este modo. Un cuarto de las
veces, se descubre que estos hombres se habían vestido de algún artículo de ropa
femenina, tal como ropa interior (pantaletas o bragas)...Aunque la mayoría de
los autoginéfilos no son sadistas sexuales, es más probable que lo sean
comparado con hombres que no son autoginéfilos.” (p. 171-172). Según Bailey,
entonces, se puede calificar a todas las mujeres transexuales en una de dos
categorías, una dispuesta a la prostitución y la otra dispuesta al sadismo
sexual. Ninguna mujer transgénero puede entender este material de otra manera
más que como una negación total de su dignidad personal.
Las ideas de Bailey son racistas. Escribe, “aproximadamente 60 por ciento de
las transexuales homosexuales y reinas drag que estudiamos eran latinas o
negras.” (p. 183, sin mencionar el tamaño de la muestra). Bailey se fijó en
“el gran número de transexuales latinas” (p. 183) y ofrece la conjetura, “la
gente hispana tal vez tenga más genes transexuales que otros grupos étnicos.”
(p. 183-184).
Desde una perspectiva transgénero, una reconciliación parece inverosímil. Nos
rascamos la cabeza y nos preguntamos, “¿de dónde provinieron estas descripciones
estrafalarias?” El hecho de que unos 25 hombres vestidos con ropa interior
femenina (pantaletas o bragas) se ahorquen cada año tiene poco que ver con la
maneira que docenas de millares de personas transgénero conducen sus vidas.
¿Cómo es que Bailey caracterizó tan erróneamente a un segmento entero de la
población? Su escrito irradia odio, separado de la realidad, a pesar de ser
promovido como “ciencia” y publicado por las Academias Nacionales.
Bailey también ataca a los homosexuales y a las mujeres. Acerca de los hombres
homosexuales, escribe, “los cerebros de las personas homosexuales puede que sean
un mosaico de partes masculinas y femeninas...esta mezcla explica muchas de las
características únicas de las vidas y de la cultura de los hombres
homosexuales.” (p. 60). Bailey continúa al afirmar que “los hombres
homosexuales generalmente tienden a sufrir más de unos problemas psicológicos
específicos que los hombres heterosexuales.” (p. 81). La enfermedad de ser
homosexual es la enfermedad de ser mujer. “La tendencia de los hombres
homosexuales en cuanto a...problemas mentales refeja su femininidad. Los
problemas que hombres homosexuales más sufren—la depresión, trastornos de la
comida, y trastornos de ansiedad—son los mismos que sufren excesivamente las
mujeres.” (p. 82). Y adiciona, “Al entender por que los hombres homosexuales
están más dispuestos a la depresión que los heterosexuales, tal vez aprendamos
por que las mujeres también están así dispuestas.” (p. 83). Entonces, declara
piadosamente, “nada de lo que he escrito quiere decir que debemos...considerarlo
de nuevo una enfermedad mental...los problemas son...la depresión...[mientras
que] el homosexualismo por sí mismo no es un problema.” (p. 193).
Además, “Los hombres homosexuales siempre tendrán más parejas
sexuales que los heterosexuales. Los que forman una pareja serán menos
monógamos sexualmente.” (p. 100). Luego, adiciona otra disculpa piadosa,
“Personas socialmente conservadoras creerán que esta previsión iguala a una
admisión de la inferioridad de la vida homosexual, pero no lo es.” (p. 101). Y
termina por mencionar la amenaza eugenésica, al escribir, “Es cierto que no
tengo ningún motivo de cambiar a la gente homosexual ni de prevenir que
nazcan.” (p. 113).
Estas disculpas son insinceras. Bailey prepara la escena para que otros,
basándose en una perspectiva científica, aboguen por la persecución de los
homosexuales. Esta estrategia fue utilizada para proponer el raciocinio
biológico para justificar la eliminación de los judíos de entre la raza aria en
la Alemania nazista. Grupos homofóbicos como NARTH (Asociación Nacional Para
Investigación y Terapia del Homosexualismo), que se dedican a “curar” el
homosexualismo por medio de los así-llamados tratamientos reparativos, citan las
obras de Bailey. Una de las pocas reseñas favorables de su libro era un ensayo
homofóbico en el National Review por John Derbyshire, cuyo trabajo
también fue publicado por la editora de las Academias Nacionales. Según
Derbyshire, “Los conservadores recuerdan...la plaga de SIDA propagada
principalmente por el comportamiento promiscuo homosexual,” y, “los textos
sagrados de las tres mayores religiones occidentales monoteístas prohiben sin
ambigüedad el homosexualismo,” lo que es, a propósito, una aserción equivocada.
Bailey escribe para reforzar las metas políticas de los derechistas.
Tal vez sean verdaderas todas estas afirmaciones odiosas y políticamente
cargadas sobre las mujeres transgénero, otras mujeres, latinas y negras. Tal
vez debamos celebrar la honestidad de Bailey por exponer estas “verdades”
dolorosas. Sin embargo, como ya mencioné, son equivocadas las afirmaciones de
Bailey, así que el problema existente tiene que provenir de sus datos.
Entonces, además de su retórica peyorativa, ¿qué ciencia puede ofrecernos?
Bailey no tiene datos, en absoluto; no ofrece investigaciones, ni tablas de
datos, ningunas estadísticas, nada. No expone el tamaño de la muestra a que a
veces se refiere. Tampoco proporciona referencias de los textos primarios.
Identifica a seis personas transgénero por el uso de seudónimos. Bailey no hizo
anotaciones detalladas ni rigorosas cuando entrevistó a estos sujetos, y depende
sólo de sus recuerdos de las entrevistas. Esta muestra no es de ningún modo
representativa, porque conoció a todas las mujeres que entrevistó como resultado
de “pescar” en “el Baton, el mejor club de reinas drag (transformistas) de
Chicago,” (p. 186) lo que conduce a un prejuicio socio-económico y
ocupacional.
Sin embargo, se podría sugerir que Bailey por lo menos encontró una muestra
pequeñita aunque no representativa, y nos ofrece un relato fiel de las historias
de las vidas de este grupo selecto. Pero no, Bailey ha deformado las pocas
historias que tiene. Bailey admite una “disputa continua” (p. 161) con uno de
sus sujetos que no cede a decir lo que él quiere. Cuando sus sujetos no están
de acuerdo con él, los llama mentirosos—“la mayoría de las pacientes con
disforia de género mienten.” (p. 172). Además, dice que
los hombres homosexuales que no relatan una niñez femenina también mienten, (p.
58) porque sufren una “femifobia interna” (p. 80). Bailey, por lo tanto,
compromete sus propios datos por hablar por parte de sus entrevistados.
Asombrosamente, cuatro de los seis sujetos de Bailey presentaron quejas formales
con la administración de la Universidad Northwestern, alegando que Bailey no les
informó que iba a publicar sus historias como “material de investigación” en su
libro.3 Después de leer los relatos que eran supuestamente acerca de
ellas, las mujeres afirmaron que fueron erróneamente citadas. Además, Bailey no
divulgó que les proporcionaba a estas mujeres cartas de autorización para sus
cirugías de reasignación sexual a cambio de sus entrevistas, lo que causó una
incompatibilidad de intereses entre Bailey y las mujeres. Hasta diciembre de
2003 todas las seis mujeres han presentado quejas formales de que Bailey no
obtuvo su consentimiento informado para poder publicar sus entrevistas. Aún más
asombroso, el Chronicle of Higher Education relata que una de las mujeres
ha alegado formalmente que Bailey vino a su apartamento en donde tuvo relaciones
sexuales con ella. Bailey rehusó comentar sobre esta alegato, y la universidad
ha elegido no procesarlo, pero sí está procesando los alegatos en cuanta a la
falla de no haber obtenido el consentimiento informado de los sujetos de
investigación.4 Ahora mismo, toda la información narrativa de Bailey
está totalmente comprometida, y la manera por la cual la adquirió parece
escandalosa. Y finalmente, se dio a conocer que la narrativa que apuntala la
discusión sobre mujeres transgénero—la narrativa de Danny—es pura ficción.
Así, Bailey no nos dice el tamaño de su muestra, la muestra resulta pequeña y no
representativa, todas las narrativas están comprometidas, se ha alegado abuso
ético de los protocolos vigentes respecto a sujetos humanos, no confiesa su
conflicto de intereses, niega cualquier evidencia contraria a sus prejuicios, y
por lo menos una de sus narrativas fue fabricada. Esta obra de Bailey de ningún
modo se puede considerar ciencia legítima, a pesar de salir de la editora de las
Academias Nacionales y de haber sido validado por ella como “científicamente
exacta” y “cuidadosamente investigada.”
Por otro lado, ¿son adequadas para sostener las conclusions de
Bailey las investigaciónes de hace veinte años de Blanchard, aun cuando son
inadequados los datos de Bailey? Blanchard resumió sus tres estudios originales
durante un congreso de la Academia Internacional de Investigación de Sexo en
Paris, Francis, organizado por Bailey. Blanchard clasificó a sus “pacientes”5
dentro de cuatro categorías de orientación sexual: heterosexual (He), asexual
(A), bisexual (B) o homosexual (HO). (Conforme a la retórica de Blanchard, las
mujeres transgénero orientadas sexualmente hacia los hombres se consideran
“transexuales homosexuales”). Investigación No. 1: Aproximadamente 75%
de 63 personas heterosexuales, asexuales o bisexuales (HeAB) experimentó
excitación sexual al vestirse de ropa femenina, mientras 15% de 100 personas
homosexuales (HO) la experimentó también. Investigación No. 2: Cuando
tenían entre 6 y 12 años, 48 personas HeAB mostraron un cociente femienino de
16, comparado con un cociente femenino de 21 mostrado por 16 personas HO. Las
personas del grupo HeAB se presentaron para ser “evaluadas” cuando tenían a eso
de 35 años, y las del grupo HO cuando tenían a eso de 24 años. Investigación
No. 3: En una muestra de 212 personas, fue curioso que los deseos eróticos
no se agruparon entre las categorías HeAB contra HO. Los bisexuales mostraron
un cociente más alto que las otras tres categorías respecto a experimentar
excitación erótica cuando se encontraban vestidos de ropa femenina y eran
admirados por otros. Las personas He, B, and HO mostraron un interés erótico
igual por otras personas, en contraste con las del grupo A que mostraron poco
interés. Por lo general, los resultados no son concluyentes y no señalan que se
puede colocar a las personas transgénero dentro de dos categorías mutuamente
exclusivas. De todas formas, Blanchard usa repetidamente palabras impactantes,
como “significativamente diferente,” al comparar los grupos HeAB y HO, aunque no
proporciona pruebas de significación, y la variación de valores de los datos
sugiere poca o ninguna significación. A pesar de eso, Blanchard declara, “las
investigaciones citadas demuestran que sólo existen dos tipos básicamente
diferentes de transexualismo masculino.” No se puede
sostener esta afirmación por los datos de Blanchard ni por los de cualquier
investigador.6
Las investigaciones de Bailey sufren de un diseño
defectuoso porque imponen a sus sujetos su propia pretensión de que la expresión
de género cruzado tiene que ver con sexo y nada más. Blanchard sólo se interesa
por aprender lo que excita eróticamente a la gente. Las investigaciones de
Blanchard, al igual que las de Bailey y muchas otras patrocinadas por el
Instituto Clarke, están comprometidas por el error de no revelar los conflictos
de intereses entre el personal del Instituto y sus clientes que dependen de
ellos en cuanto a la autorización para la cirugía, y hasta en algunos casos para
ayuda financiera.
En resumen, el libro de Bailey, tanto como la investigación temprana de
Blanchard, no sólo es incorrecto políticamente sino es incorrecto en absoluto.
Este trabajo no tiene ningún valor para investigadores en el futuro porque
comete el error de no distinguir entre el concepto de identidad de género y el
placer sexual.
El mayo pasado, escribí al Presidente de la Academia Nacional de Ciencias, Bruce
Alberts, y al Presidente del Instituto de Medicina, Harvey V. Fineberg, para
detallar los errores del libro de Bailey, y les insté que retiraran el libro y
lo dejaran a otra editora que pudiera aprovechar de su notoriedad. No me
respondió ninguno de los dos. Y a las cartas que les escribieron muchos otros
académicos transgénero, tanto como los representantes de organizaciones aliadas,
o no respondieron o enviaron respuestas descorteses y petulantes. Además, ahora
se citan a las Academias Nacionales en ScienceNOW afirmando que el libro
de Bailey es “una obra responsable y bien formulada sobre una tema difícil”
mientras admiten que la controversia les sorprendió.7 Me impresiona
que estén sorprendidos. Incluso una lectura superficial del libro evidencia
tantas señales de errores a cualquier científico experimentado que dudo que el
libro recibiera alguna crítica favorable aparte de las de sus amigos
psicólogos.
La editora de las Academias Nacionales se ha vuelto engañosa en su búsqueda de una reseña favorable del libro de Bailey. James Cantor, un colega de Blanchard y jefe de “servicios clínicos de sexología” del Instituto Clarke, escribió una reseña favorable para una publicación poco conocida—la circular de un grupo de psicólogos que se especializan en terapia para gays y lesbianas. Según el sitio web de las Academias Nacionales, un comité de la Asociación Americana de Psicología (APA, División 44) ha descrito el libro de Bailey como “...el primer libro científicamente fundado sobre femininidades masculinas escrito para el público general...Bailey describe con simpatía las experiencias de esta gente y examina los raíces de su desarollo...el respeto que Bailey muestra por sus sujetos sirve como un modelo para otros que todavía luchan para aceptar y apreciar el homosexualismo y el transexualismo en la sociedad.”8 Uno tiene que preguntarse, “¿En qué planeta vive Cantor?” Las Academias Nacionales presentan esta cita como si fuera el consenso de psicólogos, y no identifica a Cantor como el autor. Después que se enteró la APA, la División 44 el 11 de agosto de 2003 consiguió una modificación del sitio web de las Academias Nacionales y ahora dice “las opiniones publicadas en los artículos de nuestra circular son solamente las de los autores y no son las de la División 44 ni de la APA.”9 El uso de esta cita por la editora de las Academias Nacionales fue una tentaiva engañosa para disfrazar un proceso incompetente de reseña.
Vamos a hablar claro. Esta protesta no desaparecerá. Está en
juego la posibilidad de que las mujeres transgénero tengan vidas dignas,
productivas y amorosas en la sociedad occidental contemporánea. Pocos abogarían
por la igualdad de oportunidad para personas de expresión variada de género si
la ciencia hubiera concluído que la gente transgénero no fuera nada más que
prostitutas y fetichistas.
Hemos llegado a una bifurcación en el camino. Con una via, las
Academias Nacionales admiten que cometieron un error y retiren su apoyo al
libro, con lo que a mi parecer esto cerraría el asunto.
Por la otra via, las Academias Nacionales continúen obstruyendo, al mantener que el libro de Bailey es “científicamente exacta, investigado a fondo” y aprovado por un proceso legítimo de crítica. El libro obviamente no es científicamente defendible—saldría mal como un relato de laboratorio de un biólogo novato universitario. Por esta via, el conflicto continuará empeorándose y los daños aumentarán. La reputación de las Academias Nacionales sufrirá porque se comprometerá su función de crítica competente de pares. Creo que la postura de las Academias Nacionales es indefendible. Si los Presidentes de la Academia Nacional de Ciencia y del Instituto Nacional de Medecina, Bruce Alberts and Harvey V. Fineberg, persisten en su postura actual, no sólo difaman a las organizaciones que dirigen, sino también dañan la reputación de la ciencia en los Estados Unidos. Si no cambian de curso, exhorto que dimitan.
El libro de Bailey se cruzó através del arco iris de género como
un relámpago aparecido de la nada. A nosotros Bailey era un desconocido, ya que
no había escrito antes sobre la gente transgénero. Así pues, ¿de dónde vino
Bailey?
Bailey no es ningún excéntrico marginal, sino el presidente de una facultad de
psicología de una gran universidad. Sus investigaciones fraudulentas tienen
precedencia. Recientemente se reveló que el psicólogo eminente de género de la
Universidad Johns Hopkins, John Money, falsificó la historia de la reasignación
de género de un muchacho que sufrió la pérdida accidental del pene durante una
cirugía fracasada de circuncisión. Money mantuvo que el muchacho había sido
criado con éxito como una muchacha llamada “Brenda.” En realidad, “Brenda”
nunca aceptó la identidad que le impusieron, y cambió su nombre a David cuando
tenía 14 años y transicionó para vivir como un muchacho adolescente. El relato
médico de Money acerca del desarrollo supuestamente exitoso de David como una
mujer fue falsificado.10
La historia de psicólogos que han explotado a la gente transgénero se extiende
sin cambio a través de cincuenta años. En 1955, por ejemplo, los psicólogos
Frederick Worden y James March publicaron en el Journal of the American
Medical Association un estudio que se basó en cinco sujetos. Estos sujetos
más tarde objetaron a los psicólogos que “extrajeron información científica de
ellos de una manera similar a como se usan a los animales de laboratorio,” y se
quejaron de “las burlas sutiles con las que los autores trataron sus sujetos.”11
Bailey ejemplifica una cultura corporativa académica que protege
y aplaude el abuso de sujetos humanos variantes de género y sexualidad. Daniel
I. H. Linzer, decano de la facultad de artes y ciencias de la Universidad
Northwestern, considera las protestas contra Bailey “un reconocimiento
maravilloso del impacto actual que está teniendo Mike.”11 Mike es
“uno de los muchachos,” así que los psicólogos guarnecen las murallas para
protegerlo. Joan C. Sieber, una profesora de psicología de la Universidad
Estatal de California en Hayward, dice que a su parecer, los críticos de Bailey
se están aprovechando injustamente de los reglamentos de las comisiones
institucionales de supervisión como una “herramienta” para atacarlo por sus
opiniones impopulares.12
Yo misma presencié y relaté un ejemplo del silencio de psicólogos ante la
conducta académica improfesional de Bailey. En el 23 de abril de 2003, Bailey
dio una conferencia intitulada “Inconformidad de Género y Orientación Sexual” a
la facultad de psicología de la Universidad Stanford como parte del programa de
conferencias académicas que se da regularmente. El auditorio consistía de
aproximadamente 10 profesores y 100 estudiantes. Se presentó a Bailey como un
profesor exitoso cuyas clases destacan “transexuales que se desnudan después del
discurso.” Comenzó por evocar risas del auditorio por mostrarle fotos de niños
transgénero. Después, para instruir al auditorio sobre “gaydar”13
(palabra que usó en una diapositiva proyectada), mostró unos dibujos animados en
blanco y negro de ademanes afeminados de un hombre homosexual, y otros de
ademanes machos de un hombre heterosexual. Luego, tocó grabaciones de las voces
de dos hombres homosexuales y de dos heterosexuales, y pidió que el auditorio
adivinara cuales eran gay y cuales no. Aquellos que adivinaron correctamente
sonrieron con regocijo y recibieron palmadas de sus vecinos. Después de unas
preguntas insípidas sobre aspectos técnicos del desarrollo lingüístico durante
la niñez, se acabó la conferencia con grandes aplausos sin ningún sintoma de
consternación acerca del espectáculo vergonzoso que acababa de ocurrir.
Después de esta conferencia, escribí una columna de opinion para el periódico
estudantil de la universidad, en la que critiqué la conducta de la facultad de
psicología. Unos días más tarde, algunos estudiantes posgraduados de la
facultad de psicología respondieron en el periódico que estaban de acuerdo con
que “los datos de Bailey eran insuficientes y que les faltaban seriamente mérito
y validez a las conclusiones basadas en estos datos. Nadie con quien hablamos
después de la charla no dijo que las conclusiones le parecieran convincentes o
científicamente válidas.” Tocante a la respuesta del auditorio, los estudiantes
escribieron, “Roughgarden asumió equivocadamente que el auditorio reía porque
disfrutaba de alguna expresión de homofobia comunal. En realidad las risas del
auditorio eran en parte una respuesta a lo absurdo de unas de las afirmaciones
de Bailey, un reflejo de desconcierto vergonzoso con sus comentarios sueltos, y
de malester por ser forzado a participar en sus juegos de ‘vamos a adivinar
quien es gay.’” Desde mi punto de vista, “una expresión de homofobia comunal”
es exactamente lo que ocurrió. La facultad de psicología se convirtió por una
hora en un vestuario de machos. Hasta ahora, ningún profesor de la facultad se
ha alejado, pública o privadamente, de las opiniones que expresó Bailey durante
la conferencia, ni ha expresado ningún remordimiento por haber permitido este
insulto a la gente gay, lesbiana y transgénero del auditorio.
¿Existen por allí otros Baileys? Sí, la psicología
evolucionista está repleta de ellos. Considere, por ejemplo, el libro reciente,
Una Historia Natural del Estupro: Las Bases Biológicas de Coacción Sexual
(La Prensa MIT, 2000) por R. Thornhill y C. Palmer, en que se afirma que el
estupro es una adaptación evolucionista y así una característica inherente de la
Psique masculina. Junto con la publicación de este libro, vimos las usuales
conferencias de prensa y entrevistas de científicos que desean hacerse
celebridades en programas de charlas. El libro y su onda de publicidad ha
provocado un ultraje académico y una refutación en 2003: Evolución, Género y
Estupro (La Prensa MIT), redactado por Cheryl Travis. Veintitrés
contribuyentes de campos académicos que incluyen antropología, biología,
psicología, sociología y zoología expresan un desdén que amenaza romper con las
normas de cortesía professional. Abajo están algunos ejemplos:
“La precaución de resistirse a generalizar demasiado no se
encuentra en ninguna parte” (p. 96), “¿Hay algo inherente de...la psicología
evolucionista que atrae a racistas?” (p.105), “no sería considerado seriamente
en otros ramos de estudios evolucionistas” (p. 163), “ellos [sugieren que] son
los más recientes de un linaje de sabios que va atrás a Galileo, una clase de
revolucionarios intrépidos dedicados a la ciencia y a la verdad. A nostoros nos
parece lo contrario. Pretenden tener rigor científico cuando no poseen ninguno;
entienden mal las ideas de los que desacreditan; tropiezan sin querer con
asuntos sensibles...y usan lenguaje y metáforas que...les producen dolor y
humillación a las mujeres” (p. 165-166), “absolutamente sin bases
científicamente válidas” (p. 173), “torciendo los datos” (p. 183), “descuido a
los patrones científicos. Combinan afirmaciones fuertes con raciocinios
débiles, datos insuficientes y estadísticas manipuladas” (p. 185), “disfrazan
sus objetivos ideológicos implícitos, desvían la atención de obvios errores
lógicos...y exageran la importancia de su propio trabajo. Sólo logran
desvalorar la ciencia” (p. 192), “ofensivo, científicamente equivocado,
descarriado (y) temerario” (p. 202), “mala ciencia, mal escrito, y mala
política...uno tiene que preguntar...cómo fue publicado por una editora
universitaria de buena reputación” (p. 222), “uso de evidencia es tan limitado
que puede que sea un fraude académico” (p. 225).
Nada de lo que he escrito acerca de Bailey es distinto de lo que
ya ha sido dicho acerca de Thornhill y Palmer. De hecho, las descripciones de
todos ellos pueden ser intercambiadas. Ha habido mucha crítica hacia los
psicólogos evolucionistas a lo largo de los años, pero a ellos simplemente no
les importa. Ellos notan a los críticos sólo para despedirlos por medio de
ataques personales. Están vinculados los psicólogos evolucionistas y Bailey.
La mayoría de las citas favorables de la cubierta del libro del Bailey son de
psicólogos evolucionistas. En su opinión, Bailey no ha hecho nada tan
preocupante, sólo un poco de diversión académica. Lo veo de otro modo. Estos
psicólogos subvierten las instituciones que los sustentan y protegen.
Me pregunto si muchos psicólogos son completamente conscientes de la imagen que
proyectan algunos de sus colegas—la de psicología como una ciencia sin normas
establecidas, dentro de la cual se alimienta un corrillo de intolerantes
groseramente insensibles. Estos psicólogos no intentan ayudar a la gente, sino
intentan dominarla por controlar la acepción de la “normalidad.” Sus categorías
falsificadas y enfermedades imaginarias tienen el objetivo de subordinar en vez
de describir.
Sueño con el día cuando se presenten nuevos líderes de la psicología académica, líderes que condenarán las teorías homofóbicas, transfóbicas, racistas y sexistas, líderes que defenderán nuestra inapreciable libertad de palabra contra la perversión y prejuicio de sus colegas.
- Joan Roughgarden
Notas:
1 [De la
traductora]: J. Michael Bailey dimitió la presidencia de la facultad de
psicología de la Universidad Northwestern durante el otoño de 2004.
2 [De la traductora]: Una palabra derivada de raíces
griegos que significa, “el amor de sí mismo como una mujer.”
3 Jennifer Leopoldt, el Daily Northwestern, 2 de agosto de 2003, “Transexuales presentan dos quejas más contra Bailey”
4 Robin Wilson, el Daily Northwestern, 12 de diciembre de 2003, “Se alega que psicólogo de la Universidad Northwestern tuvo relaciones sexuales con sujeto de investigación.”
5 [De la traductora]: Blanchard (tanto como Bailey) estudió sólo las transexuales hombre a mujer y nunca hizo caso de otras personas variantes de género, más notablemente los transexuales mujer a hombre.
6 Vea: Blanchard, R. (1985), “Tipología de Transexualismo Hombre a Mujer,” Archives of Sexual Behavior, 14, 247-261; Blanchard, R. (1988), “Disforia de Género No Homosexual,” Journal of Sex Research, 24, 188-193; Blanchard, R. (1989), “El Concepto de Autoginefilia y la Tipología de Disforia de Género Masculina,” Journal of Nervous and Mental Disease, 177, 616-623.
7 Constance Holden, “Tratado Sobre Transexualismo Provoca Furor,” ScienceNOW, 18 de julio de 2003.
8 Circular de noticias de la Sociedad Para El Estudio Psicológico de Temas Gay, Lesbianas y Bisexuales, Asociación Americana de Psicología, verano de 2003.
9 Email de la Dra. Judith Glassgold, PsyD., Presidente, División 44, APA, 12 de agosto de 2003.
10 Colapinto, J., 2000, Tal Como La Naturaleza Lo Hizo: El Chico Que Fue Criado Como Una Chica, Harper Perennial Library, libro en rústica, 2001.
11 Joanne Meyerowitz, 2002, Cómo El Sexo Cambió: Una Historia dle Transexualismo en los Estados Unidos, p. 157.
12 Robin Wilson, “El Regreso del Dr. Sexo,” Chronicle of Higher Education, 25 de Julio de 2003.
13 [De la traductora]: Jerigonza derivada de la palabra “radar,” y que quiere decir la capacidad de percibir cuales personas sean homosexuales (gay).
Vea También:
"A Defining Moment in Our History", by Andrea James, TS Roadmap.com, September, 2004.
Esta página es una parte del
“Relato investigativo sobre la publicación
del libro de J. Michael Bailey sobre el transexualismo